Aprender a ser felices

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Es importante saber la felicidad es un aprendizaje que se desarrolla durante toda nuestra vida, por eso es tan importante vivir en el presente, ya que este proceso se construye con nuestras acciones diarias. Hay que poner atención en todo lo que nos pasa día a día, esos pequeños detalles. El concepto de felicidad como un aprendizaje es vital para el desarrollo personal, ya que requiere asumir la responsabilidad de cómo nos sentimos y no es algo que podamos dejar en manos de las circunstancias. La felicidad requiere compromiso, esta manera de pensar y de vivir se tiene que convertir en un hábito y practicarla todos los días.

Nuestro cerebro es un espacio íntimo en el que pasamos mucho tiempo y debemos mantenerlo ordenado y limpio, es la percepción sobre lo que ocurre en nuestra vida lo que preocupa, lo que proporciona bienestar, si el cerebro percibe amenazas el cerebro genera malestar, si el cerebro siente que nuestra vida es significativa sentirá bienestar.

Una de las mayores fuentes de sufrimiento es esta, la interpretación que hacemos de las cosas que nos suceden, además de ciertas características de personalidad, pero siendo capaces de cambiar estas interpretaciones podríamos sufrir solo lo justo.

Es importante practicar la autocompasión como manera de aliviar tu sufrimiento. Las personas con mecanismos de defensa más compasivos y productivos son más felices que aquellas con poca capacidad de metacognición, que dejan arrastrarse por el primer espasmo afectivo que sienten. Si te cuesta tener compasión, imagina que le dirías a un amigo si os cuenta ese suceso.

Nuestro cerebro necesita sentirse cuidado y protegido (rodearse de personas adecuadas frecuentemente) propósitos, metas, placer, actividad, necesitas sentir el cuerpo relajado, percibir y atender estos ratos de bienestar, intentar sentirlos poniendo toda la atención.

Actividades que fomentan que el cerebro se sientan en peligro y aumente la ansiedad:

Tener problemas sin resolver, compararse con los demás, quedarse en casa pasivamente, no tener metas ni actividades, no recibir pequeños placeres a diario, no tener contacto social, no recibir cariño o sexualidad, juzgarse, juzgar al mundo y a los demás, estar todo el día atendiendo las emociones negativas, estar autoevaluándonos cada día.

“¿Por qué siempre tengo que pensar en lo malo?, ¿por qué no puedo acordarme de lo bueno y no al contrario?, ¿por qué mi mente solo anticipa desgracias?… Aquí está la respuesta:

Debido a que lo primero es sobrevivir lo más importante para nuestra vida es evitar peligros, tenemos un sesgo negativo a nivel emocional, la percepción de las emociones negativas es más importante que la percepción de las emociones positivas para la supervivencia, ante el impacto de estresores es más fuerte y duradero que el impacto psicológico de datos positivos. Durante millones de años la atención preferente hacia señales negativas ha supuesto la diferencia entre la vida y la muerte. Si nuestra vida está en peligro y no atendemos a las señales de alarma el coste es el fin de nuestra propia vida, sin embargo, si nos perdemos algo positivo no es el fin del mundo, tendremos más oportunidades en nuestro camino para perseguir otras oportunidades, ya que seguimos vivos para nuestro sistema nervioso el coste de no atender a las señales negativas del ambiente es mayor al coste de no atender las señales positivas.

Por último, una vez más trabajar en nuestra responsabilidad de sentirnos bien y el aprendizaje; el placer necesita ser anticipado para amplificar la fase del deseo, aprender a prestar atención a lo relevante, y poner nuestro cuerpo en un estado receptivo. Es fundamental que las actividades de placer diarias, las sintamos con el cuerpo, no solo consumarlas. Sin práctica, se pierde la capacidad de tener un cuerpo receptivo al placer. El placer debe sentirse en el cuerpo, con la respiración, con un estado de relajación. Las recompensas hay que hacer que sucedan.

La felicidad es la consecuencia de trabajar a diario, podemos elaborar una agenda de actividades concretas donde centremos nuestra atención y estableceremos un compromiso con esta agenda porque no hay nada más importante en la vida que ser feliz.

Para esto tenemos que incorporar aquellos determinantes de nuestra felicidad:

  1. Actividades de tipo hedónico: momentos de hedonismo absoluto en los cuales me doy distintos tipos de placeres y actividades que disfruto sin importar nada más que el hecho de sentir placer y darme algún gusto.
  2. Actividades de tipo propositivo: son aquellas que nos aportan significado, mejoran nuestra competencia, y con ello nuestro propósito en la vida, nuestro autoconcepto, etcétera. Puedes proponerte ser voluntario en alguna actividad importante, estudiar un máster, mejorar alguna competencia, mejorar mi forma física, aunque el gimnasio no me dé placer inmediato etcétera…
  3. Actividades de fluidez: aquellas que a lo largo de nuestra vida enganchan con nuestro cerebro y nos dejan absorbidos en la propia actividad.
  4. Actividades de tipo social: no necesariamente muchas, pero necesitamos contacto íntimo y confianza con algunas personas, incluso algunas mascotas. También actividades prosociales, hacen que nuestros actos se llenan de significado. Nuestro cerebro nos recompensa cuando hacemos cosas por los demás.
  5. Actividades de tipo espiritual: trascender puede ser algo tan sencillo como sentir conexión con la naturaleza.

No hay que hacer todos los tipos de actividades en todas las dimensiones necesariamente, aunque sí deberíamos tener casi todas las dimensiones razonablemente cubiertas, pues en realidad todas son importantes para nuestro cerebro. Pero, por ejemplo, no es obligatorio ser espiritual, si una persona no encaja ahí de ninguna manera. Pero cuando están todas las necesidades cubiertas, no con autoengaño, sino porque entendemos hacia dónde vamos, la consecuencia inevitable es que nuestro cerebro se sienta protegido y con bienestar.

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